lunes, 25 de mayo de 2020

CONFÍA, CONFÍA, CONFÍA


CONFÍA, CONFÍA, CONFÍA
Hay momentos en los que repito sin cesar: Confía, confía, confía. Recuerdo que fue en uno de esos caminos de Santiago, que pasaba por un mal momento y leí un cartel que estaba tallado en una pared “CONFÍA” y me dio de lleno. Fue uno de esos momentos en los que parece que Dios me estaba hablando a mí nada más, como si no hubiera nadie más en el planeta, porque se paró el tiempo y toda la tensión que tenía, todo mi sufrimiento se esfumó de repente, hice una respiración profunda y me liberé de todo lo que llevaba. Quizá pueda parecer una tontería, pero el hecho de saber que mi sufrimiento, tenía un sentido, que eso que me hacía padecer, tenía un “por qué” y una “para qué” aunque yo desconocía en ese momento cuales fueran, en algún momento futuro de mi vida lo entendería todo. Desde entonces, cada vez que la vida me hace transitar por uno de esos momentos en los que sólo quieres llorar o dejar de existir, en ese momento, recuerdo mi palabra mágica: Confía. A veces, tengo que repetirla unas veinte veces, porque con una no me alcanza, pero tras repetirla, siempre alcanzo la calma, porque confío en que todo tiene un “por qué y un para qué” y que en algún momento, lo entenderé todo, eso sí, cuando tenga que ser.
En la vida no podemos evitar pasar por momentos buenos y menos buenos, me atrevería a decir, que también los momentos “terribles del alma” son inevitables, también te digo que “El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es evitable”. El dolor es lo normal ante situaciones de pérdida o frustración, pero el sufrimiento responde a patrones de mis expectativas y mis programas, por tanto, depende directamente de mí el evitarlos.
El sufrimiento se da cuando nos resistimos ante cualquier situación, cuando no aceptamos lo que llega o negamos su existencia. Será cuando comience en la siguiente fase: La aceptación, que podré tener acceso al aprendizaje que se deriva de lo que estoy viviendo, será cuando se relajen mis “defensas”, mis “tensiones” que de repente se abrirá ese abanico tan amplio de opciones para vivir y de opciones para aprender.
A veces, digo: “Pues ya estoy un poco cansada de aprender” y supongo, que desde ahí arriba se ríen diciendo “Y lo que te queda”, sí, la vida sólo es un camino de aprendizaje.
Podemos aprender fluyendo con la vida, aceptando lo que nos toca y dejándonos llevar como un velero sin motor o bien, podemos resistirnos y perder la vida intentando que nuestro velero sin motor vaya por donde “mi mente me diga que es el mejor camino”. Sí, es cierto, quizá tu mente vea un camino más fácil, pero si no lo estás viviendo en este momento, es porque hay uno mejor para ti, uno especialmente diseñado para tu mejor evolución, así que sólo confía.
Recuerdo que mi padre me decía: “Como se te meta algo en la cabeza, que se retiren de tu camino porque tú llegas, cueste lo que cueste” y eso, al principio era una virtud para mí, hasta que un día decidí que era más fácil y menos doloroso, cuando me dejaba fluir, cuando me dejaba llevar por el viento como una simple observadora de mi vida y todo aquello que la vida me traía. Era entonces cuando se daban los aprendizajes más fáciles de mi vida, sin resistencias, sin sufrimientos, simplemente fácil y fluido. Y si llegaban aprendizajes difíciles, también resultaba más fácil de vivir desde el momento en que no me resistía, simplemente me limitaba a vivir con intensidad lo que me tocaba en cada ocasión, eso sí, haciendo caso a las señales, escuchando a mi sabio interior, que es quien realmente me simplificaba el camino.
Quizá alguna vez has sentido la necesidad de agarrar el paraguas y pensaste “Pero si está soleado ¿para qué?” si no hiciste caso a esa vocecilla interior, ese día te mojaste, porque te avisaron y no hiciste caso. Quizá alguna vez, sentiste la necesidad de ir por una calle poco habitual y si no le hiciste caso a esa sensación, así que “te comiste una buena retención de coches” o quién sabe, alguna vez tuviste una sensación que sí hiciste caso y te diste cuenta de que tenía que ser así, porque tuviste la suerte de ver el “por qué o el para qué” que la vida te tenía guardado, porque a veces es rápido y sencillo, así que tienes la oportunidad de verlo y entenderlo.
Pues bien, igual funciona ese “Sabio interior” para el resto de situaciones, quizá más trascendentales de la vida, el truco estará en practicar atendiéndolo en las cosas sencillas para aprender a diferenciar lo que me dice el corazón, “ese sentir” de lo que me dice la mente. Si aprendemos a diferenciar esas sensaciones, podremos navegar con nuestro velero sin resistencia al viento, confiando en que se darán las mejores situaciones de todas las posibles y si me pilla que me resistí, que me veo remando a contra corriente, siempre podré repetir el mantra: Confío, confío, confío, hasta que mi tensión se relaje, pueda respirar profundamente de nuevo y confiar, en lo que me trae la vida. Para así, sacar el mejor partido, o jugar, mi mejor partida.
Un abrazo amigos y no olviden confiar
Buen camino


No hay comentarios:

Publicar un comentario